se ha vuelto un hábito necesario.
Describiendo mis comportamientos
como quien usa un escapulario
“Si no es una historia, no tiene sentido escribir” pensó Alejandro para sí mismo mientras
escribía por milésima vez otro de esos párrafos que le salían del corazón.
“Garabatos sin sentido" pensaba con frustración "puros garabatos sin sentido"
Alejandro llevaba ya varios días tratando de escribir uno de los tantos
proyectos que tenía en mente, en esta ocasión se trataba de “Humano” una novela
en la que el personaje principal retrataba su
condición sensible como ser humano mientras superaba su último desamor. La
historia se trataba de cómo a través del dolor nos reconocemos frágiles y
crecemos de ella para convertirnos en una versión mejor de nosotros mismos. Alejandro no
estaba seguro de que el dolor servía como una herramienta para construir, pero
eso le gustaba creer y escribirlo le ayudaba a afirmarlo. De la fragilidad
tampoco sabía mucho. Conocía apenas esa que acariciaba con ternura el sentimiento
inefable que se despertaba dentro de él cada vez que la mirada se le perdía en
el abismo de la curiosidad.
Era fanático del surrealismo, por eso cuando
escribía sus palabras se entrelazaban como cañaverales, sacando oraciones debajo
del río de su imaginación y dejando párrafos absurdos pero decorados con los más incandescentes
adjetivos. “Esto es pura melodía y ritmo, ya nadie se interesa en algo sin
historia”, su ansiedad lo hundía cada vez más en pensamientos pusilánimes que
detenían su mano. Quería ser un escritor, lo soñaba con vehemencia desde que
tenía recuerdo su memoria. Pero era apenas un muchacho y para cualquiera
hubiese sido difícil enfrentarse contra la incertidumbre de un futuro donde tu único privilegio es existir, sin entender todavía que era el único que necesitaba.
“A pesar de todo, cuando ella se fue, sentí un alivio…” una idea se le cruzó por la
cabeza y empezó a escribir. Se negaba a pensar que esa novela era solo una excusa
para contar su propia versión de la relación fallida de la que acababa de salir. Pero eso era. En la que era un chico inmaduro que no sabía nada acerca de cómo cuidar lo
que se ama. Todavía buscaba con sus palabras un perdón. Sin saber que la única
persona que debía perdonarlo por exigirle actuar como todavía no sabía actuar,
era él. Poco a poco aprendería que todos seguimos dando pasos para aprender a
caminar. Mientras tanto, él seguía escribiendo.
“Sus dedos descalzos se besaron con los míos, una risa inevitable se escapó junto al palpito de su muslo derecho…” Alejandro empezó a describir uno de sus recuerdos más bonitos
junto a ella, ese que velaba dentro de su piel cuando se sentía inquieto.
Sin darse cuenta se dejó llevar por la música del recuerdo que sonaba sincera en la punta de sus dedos, donde el simbolismo germinaba sin ayuda en el papel.
“Esta porción de piso que es la tierra entera, terreno fértil para tal ceiba que buscará con sus manos el horizonte arrebol y en las sombras de sus hojas se preguntará…” Alejandro se detuvo un momento. Un pensamiento de frustración se le cruzó fugazmente por la cabeza. Miró la hoja en la que escribía. Miro el lápiz en su mano. Paró un momento mientras se escapaba un suspiro. Siguió escribiendo.
Cada día ha sido igual al anterior y ese cúmulo de emociones ha estado en perenne cambio. Un sueño de tu mano encima de la mía hizo palpable todo lo que necesitaba entender acerca de las teorías sobre la psicología de los sueños y como hablan con nosotros. Porque jamás había recibido un mensaje tan claro de mi subconsciente. La experiencia más enriquecedora de toda la cuarentena fue un lugar para explicarme que el deseo y la esperanza de tu cariño es un sueño bonito del que no quiero despertar. Tanto así anhelo en imaginarios tu afecto, que lo reconozco en las hormiguitas que corren a toda velocidad, van saltando en mi brazo de pelo en pelo mientras se erizan detrás de su carrera. Ahí mi piel se hace cristal y a la memoria llega esa pregunta que me hago cada día al despertar ¿será que sigo dándole cuerda al reloj o empiezo a leer las horas desde las hojas de un alcaucil?
Estoy al tanto de que no necesitas nada de mí, pero preguntártelo es una costumbre que me ayuda a reconocer, en el reflejo vacío de tu respuesta, ese deber tan mío de ser presente. De corresponder a este miércoles dos de junio, a este piso, a este día de esta semana. Hoy es miércoles, con la seguridad de un quizás, por supuesto.
Me fijé que la casa está llena de palabras. Por todas partes, a donde vea o a donde me acerque, hay un montón de palabras regadas en cada rincón de la casa. Me emociona como un vértigo la idea de perderme entre ellas, porque entre algunas de esas longitudes que recorren mis pasos, mientras un segundo se convierte en otro, mi mente divaga entre las que están afueras y las que están adentro. Siento el pánico de ser un discurso recitado sin palpitar, verbos malgastados, letras unidas solo por casualidad. Y aquí estoy, preguntándome si estoy hecho de palabras o si las palabras están hechas de mí.
Fui a la ventana, lleno de intriga, a preguntarte. Me miraste fijamente. No hubo respuesta.
1. Si me muero Si el día de mañana me muero Espero que lo del paraíso no sea cierto Porque muchas veces he pecado Y de ninguna me...