Cada día ha sido igual al anterior y ese cúmulo de emociones ha estado en perenne cambio. Un sueño de tu mano encima de la mía hizo palpable todo lo que necesitaba entender acerca de las teorías sobre la psicología de los sueños y como hablan con nosotros. Porque jamás había recibido un mensaje tan claro de mi subconsciente. La experiencia más enriquecedora de toda la cuarentena fue un lugar para explicarme que el deseo y la esperanza de tu cariño es un sueño bonito del que no quiero despertar. Tanto así anhelo en imaginarios tu afecto, que lo reconozco en las hormiguitas que corren a toda velocidad, van saltando en mi brazo de pelo en pelo mientras se erizan detrás de su carrera. Ahí mi piel se hace cristal y a la memoria llega esa pregunta que me hago cada día al despertar ¿será que sigo dándole cuerda al reloj o empiezo a leer las horas desde las hojas de un alcaucil?
Estoy al tanto de que no necesitas nada de mí, pero preguntártelo es una costumbre que me ayuda a reconocer, en el reflejo vacío de tu respuesta, ese deber tan mío de ser presente. De corresponder a este miércoles dos de junio, a este piso, a este día de esta semana. Hoy es miércoles, con la seguridad de un quizás, por supuesto.
Me fijé que la casa está llena de palabras. Por todas partes, a donde vea o a donde me acerque, hay un montón de palabras regadas en cada rincón de la casa. Me emociona como un vértigo la idea de perderme entre ellas, porque entre algunas de esas longitudes que recorren mis pasos, mientras un segundo se convierte en otro, mi mente divaga entre las que están afueras y las que están adentro. Siento el pánico de ser un discurso recitado sin palpitar, verbos malgastados, letras unidas solo por casualidad. Y aquí estoy, preguntándome si estoy hecho de palabras o si las palabras están hechas de mí.
Fui a la ventana, lleno de intriga, a preguntarte. Me miraste fijamente. No hubo respuesta.
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